Hemos visto al hombre más rápido del mundo sonreír y llorar por unas medallas conquistadas sin pensar en el dinero, en las riquezas, pensando solo en el mar que rompe frente a su casa, rodeando una isla que le vio nacer y que le crió para volar más rápido que el viento y sus hijos.
Hemos visto al nadador más completo de todos los tiempo superar a su mito y convertirse en el objetivo de un niño pequeño, que en algún lugar del mundo, quiere desde ayer ganar nueve metales dorados.
Hemos visto a 12 españoles de oro golpear las puertas del Olimpo del baloncesto, tirarlas abajo y quedarse allí, reclamando que en el Olimpo los dioses tienen privilegios, pero que ya no son intocables.
Hemos visto a una anciana de 28 años convertirse en la única gimnasta, la única del mundo en competir en 4 juegos, en un deporte que sacrifica ídolos infantiles cada 4 años.
Hemos visto muchas batallas, ganadas y perdidas, hemos visto sonrisas y lágrimas, triunfos y derrotas, hemos contado medallas...
El domingo tras la derrota en baloncesto me preguntaron si los Juegos Olimpicos habían sido un éxito o un fracaso para España. Difícil respuesta, sin conocer tantas y tantas cosas que sucedieron en los Juegos y antes de ellos. Para mí un éxito, porque en deporte luchar siempre es un éxito. Un éxito es cualquier victoria, y cualquier derrota que no deja un sabor amargo, que no guarda un gramo de fuerza, es volver la vista atrás y no arrepentirse de nada. Un éxito también es la promesa de volver a intentarlo, de entrenar más duro, de competir hasta el final.
Y yo solo conozco una derrota española, la de la Maribel Moreno, que busco el camino fácil del EPO, el camino de los cobardes, de los tramposos.
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