sábado, 28 de marzo de 2009
MAUS
Maus ha sido mi asignatura pendiente, el santo grial de los cómics decían, la historia que no puedes perderte. Algo tan grande que realmente asusta leerlo, porque crees que como todos los mitos, al tenerlo en tus manos, abrirlo y leer sus paginas, las expectativas creadas superaran con mucho lo que realmente descubras.
Art escribe la historia de su padre, de lo que vivió en Polonia durante la guerra, de como un judío sobrevivió a la muerte, a los nazis, al hambre. Y nos cuenta con la injusta visión del hijo como es su padre hoy en día. Art nos dibuja a su padre como un avaro, un tacaño, incluso algo racista. Convierte al ratón que dibuja, en un ser humano de verdad, en un superviviente.
Un ratón que quiso vivir en un mundo donde todos morían, que se humillo, que dejo de ser persona, para convertirse en el buen esclavo, en el prisionero bueno, con tal de sobrevivir. Un ratoncillo que aprendió que un trozo de pan es un tesoro. Un ratoncillo en un mundo donde cada decisión, esconderse o correr, significa la vida o la muerte. Y donde lo único que puede salvarte es el azar y las inquebrantables ganas de vivir.
Desde una vida acomodada, Vladeck recorrerá todo el camino de la guerra, será un rico industrial, un pobre vendedor, un hambriento trabajador, un numero en un ghetto, un prisionero que espera la muerte. Y finalmente un anciano enfermo, que cuenta su historia a su hijo, esperando que así este comprenda el horror que le convirtió en lo que es hoy.
La escena que más me impresiono del libro, no ocurre en Auswithz, ni en los ghettos de Polonia. Es la escena en la que Vladeck, el tacaño padre de Art, acude a la tienda a devolver media caja de Special K al supermercado. Su hijo escandalizado, por la tacañeria de su padre. Un padre que ve imposible tirar a la basura comida que no va a comer.
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